Me causó gracia, aunque es una caricatura y bueno el coyote también perseguía al correcaminos, eso también es acoso.
Se está/ba (antes) tan habituado a ciertas cosas que ahora, en el siglo XXI sabemos no son ‘normales’ no deberían o tendrían que ser así. (abuso, violencia, ‘apechugamiento’, etc.), con eso de los sentidos de inclusión, exclusión y demás.
En mi particular opinión, el mexicano abusa del chiste, del momento, no siempre creo que sea por miedo, somos cabrones, lo traemos en la sangre, bueno no todos, porque no me considero cabrona, de esas que se salen con la suya, generalmente me tengo que pagar todo, no sé abusar, vivo de lo que trabajo, no sé pedir como mis compañeras desde la primaria eran vivillas, “sacaban” para los helados, los dulces, después supe que era porque se dejaban tocar las piernas… ahora con la tecnología se siguen burlando de todos, o nos seguimos… solo que ahora los hacen memes…y nos divierten, a algunos les ofende otros les da igual, algunos son su única manera de ‘comunicarse’ de hacerse presentes, saber que existen, porque sino por qué los firman ¿o no?
Esta in-cultura la aprendimos, copiamos, repetimos, mamamos -casi nos educamos- con la televisión, en blanco y negro al principio, -soy del 1971- lo visto en el día a día, en la calle…
Era tan normal: el olor a mariguana durante las madrugadas porque los vecinos les gustaba estar cerca de la ventana que daba al traspatio; eran tan normal que las primas –no las mías, aclaro– se pelearan, literal, por un tipejo e intercambiaran novios nomás para ‘caldear, fajar, sabrosear’… era normal esconder a los rateros, vendedores de droga y demás delincuentes porque eran de la familia, porque eran aún jóvenes y apenas estaban aprendiendo el bisne –nosotros éramos inquilinos– era tan normal que entre concuñas se compartieran al cuñado cuando el marido de cada una andaba fuera, también dentro de la normalidad era apechugar por ser mujer, que se le hiciera menos porque seguro que por puta la habían echado de la casa, o por huevona, aunque fuera la que trajera el sustento al hogar porque el borracho del marido se gastaba el sueldo en las chelas y la mota los sábados después de la obra.
En las pláticas de los mayores, esas que no debía, que no debí haber escuchado, de esas donde me corrían, cuando se daban cuenta de mi presencia, se hablaba de cómo debían dar las nalgas si se requería de un buen puesto pues tenías que andar de puta –por muchos años ser secretaria era sinónimo de puta, porque generalmente salían con el jefe, aquí dudo de ser buena secretaria o de tener malos jefes– si se deseaba una buena vida, más fácil, en mi hoy, aun no le veo lo fácil, neta que no.
Tener un auto nuevo, vestir a la moda, cosas de marca, comprar en el liverpool era para los que tenían, para los que robaban, jamás escuché decir a alguien que era por su trabajo honrado, ya en esas épocas me preguntaba para qué servía ser honesto, –hace poco en una crisis existencial, de esas que me dan cuando me percato de que las compañeras se dejan invitar a cenar, apechugan y terminan con título de asistente y mejor calidad de vida– ah me perdí, oh sí esto de la honestidad, para qué servía, si se vivía en una vecindad y no en una casa propia… después me enteré que solo era pantalla de las doñitas y su prole, y sí sirve para tener hermosos e intachables 25 años de labor.
Cohabito con gente que sobrevivió en esas vecindades que pintan en las películas y que ahora son departamentos que no tienen nada que ver con esos cuartuchos y la forma hacinada de vivir –físicamente hablando– pero que en sus cabezas aún existe y se niegan a adaptarse, pelean por seguir sobreviviendo aunque ya no comparten el baño con las otras 20 familias, creo que eso no les motiva a ser mejores.
Pero inicié el texto por la caricatura, sí, es verdad que hay que ‘aflojar’ para tener un gran puesto, la promesa de un algo mejor, a costa de lo que sea, en hombres también se da pero obvio su machismo les impide aceptarlo, cómo creen, dónde quedaría su hombría, sí esa que tienen en los genitales, en medio de las nalgas… yo les llamo arribistas, allí es cuando vuelve a surgir mi duda en que sí, tal vez sí es fácil dejar que abusen del cuerpo, de lo que sea con tal de tener un mejor sueldo, una mejor calidad de vida, en lo que el cuerpo aguanta, en lo que llega alguien más barato, o “más mejor” depende de las necesidades del patrocinador.
Lo vemos en las caricaturas de antaño, las de ahora no las veo, no se me antoja y ni tiempo. Siempre ha existido el trueque, con el cuerpo, porque siguen inculcandonos que lo valioso de la persona es lo que está entre las piernas. El meme hace referencia a una no denuncia, sino el llamar a las cosas por su nombre, “el acoso” –entre famosos creo que es lo peor para su currículum– el tener que ceder y que cada quien puede ascender con lo que tenga, con lo que quiera sacrificar o será ¿invertir? y aun con ello, cuando dices no, es un no, un ya no quiero que sigas abusando y no respetan la decisión del otro, te violentan porque el que paga manda, es allí donde el poder del mecenas hace valer al forzar, violentar al otro, eso es romper ese “contrato implícito –secreto–” que en un inicio se tenía, y eso es lo que no se vale, tomar a la fuerza, acosar, violar, deshonrar a la persona, al humano.
Échenle una leída a “El acoso moral: el maltrato psicológico en la vida cotidiana. Marie-France Hirigoyen, y entenderán el hostigamiento, la persecución en el trabajo, en la pareja, en la familia.
Escrito
en 12 marzo, 2018