Historias de transporte.
Subo al camión; en las mañanas es mas rápido llegar al destino en este transporte que en el microbús que va perreando al pasaje. Miro a dos personas de pie y un asiento vacío de lado de la ventanilla, con un tipo que iba haciéndose el dormido, y que traía una inmensa bolsa, que ocupaba gran parte del pasillo y lo largo del espacio del asiento. Me acerco y con voz fuerte le digo: «me das permiso… Por favor» el tipo me mira y ve al cacharpas que observaba; con dificultad arrastra la bolsa para que pueda pasar, y él apenas atina a hacerse a un lado, con lo que me encabrona esta acción de cualquiera, digo, qué trabajo es levantarse, las viejas por no perder el equilibrio, el estilo y no despeinarse, por aquello de los arrancones, pero de ellos, es por sentir como las nalgas se embarran en su cuerpo.
Pues sí, tuve que pasar con un murmullo de putamadre y mi gesto de chingatumadre, claro que traté de embarrarme lo más que puede, al asiento pero el tipo estaba en una posición o más bien a disposición para no perderse la untada de cola. Y me senté como lo hace el promedio, dejando caer todo mi peso, para que mi cuerpo ocupara todo el asiento y con las piernas abiertas, recuerdan que tengo webos verdad; los ocupo en estos casos, obvio no dije gracias.
Me coloqué los audífonos y me dispuse a leer mi libro, por estrategia coloqué mi brazo en mi costado derecho protegiendo el seno y la lonja. Como tenía que ser, el tipejo que según se venía durmiendo, abrió sus piernas chocando con mi rodilla, creyó que me haría a un lado, sin apartar la vista del libro, le miré de reojo y como no me moví ni un centímetro, se acomodó de tal forma que mi brazo derecho quedó atrapado, así que tuve que girarlo un poco para que sintiera mi codo, se volvió a acomodar, nuestras rodillas seguían chocando por las maniobras del microbús, de pronto, él se vuelve a acomodar con un impulso que hacen que rebote del asiento, creo yo que esto es para quitarse la comezón del ano o bien de los testiculillos, quedando en una postura similar a que mantenía.
Seguí con la lectura, que empezó a arrancarme risas, y el tipo volteaba a verme, y yo lo miraba de reojo, supongo que no lee. El relato del texto me orilló a reírme más fuerte, al imaginar el momento chusco del personaje de la historia, esto molestó al pendejete que me volteo a ver con su cara de ‘ay si qué divertido tu libro no?’; no yo creo que pensó ‘ay no mames’, su cabeza no da para más.
Con mi brazo, en la misma posición, lo movía por táctica, -como lo hago ahorita, que vengo escribiendo la nota en el transporte-, y sí, también por chingarlo; me cagan los machitos que se sienten supremos, la mayoría de los weyes hacen esto por intimidar y ejercer «su poder».
Ya sobre Reforma, en la última parada, antes de llegar a Chapultepec, el tipo intenta incorporarse y me lanza la primer brazada, me pongo a la defensiva, y el cuate hace movimientos como si estuviera poniéndose un suéter, un niño de 7 años lo haría mejor, su objetivo era tocarme la chiche o tocarme la chiche no hay de otra, bueno sí, de chingarme, total, que ni se incorporaba bien, ni atinaba a su blanco, era una lucha de codos, alcanzó a levantarse queriendo dar una estocada que dio en mi brazo y me mira de reojo, lo miro desafiante y le digo: “no te alcanza puto”, se voltea con un mohín de chingatumadre o pinche vieja loca, es lo que usualmente dicen esos pusilánimes, sólo atina a decir: “aquí bajo”, carga su pesada bolsa y lo sigo con la mirada, mientas el cacharpo y un pasajero detrás mío se ríen.
Aleska
16 Oct 2012
Escrito
en 16 octubre, 2012